Mandala (4/1/2004)

Advertencia

El psicólogo general, Zickmund Proyd, recomienda no leer el contenido de este cuento si padece de problemas de múltiple personalidad, tiene dificultad para orientarse o simplemente desprecia a los argentinos. El gobierno no se hace responsible, como siempre, de los daños que usted pueda sufrir. Así que lea bajo su propio riesgo y que disfrute la lectura.

Prólogo

 Circunnavegando Rayuela , noté que en este texto ante sus ojos el lector no puede tomar dos rumbos, sino una trayectoria fija. No le será difícil leer de forma consecutiva hasta la sección octava. De ahí en adelante, bastará con unas cucharadas de antiemético para prevenir que la desorientación le cause estragos. Su desafío consiste en seguir la secuencia marcada por los números indicados entre paréntesis y continuarla hasta la sección que concluye con la palabra FIN. Por último, la historia que encontró el visitante sigue aún en construcción y está en tus manos editarla, añadirle nuevos fragmentos y adaptarla a tu vida, estimado lector.

Una ventosa mañana de abril, en un lugar del planeta Tierra cuyo nombre muchos quisieran olvidar, llegó a mis manos un libro que alteró el rumbo de mi vida. Me encontraba en Puerto Argentino durante mi visita a las Islas Malvinas, escapando de una realidad que ya no me permitía enfocarme. Hacía más de un mes que no leía los periódicos ni veía la televisión. Como andaba muy ocupado leyendo El Aleph de Borges, no noté la piedra que me hizo caer. Todo lo que tenía en el bolsillo se clavó en mi muslo. Mientras sacaba de mi pantalón los trozos de un rústico caleidoscopio que no se salieron del bolsillo, no pude evitar verle: el libro marrón de carátula dura se camuflaba entre las sedientas ramas en el suelo otoñal que cubrían uno de los escasos caminos malvinos. Me fije en la textura carrasposa del libro y la ausencia de un título; mi curiosidad me precipitó a las páginas. Cada letra, cada palabra, cada párrafo, todo indicaba que no se trataba de otra historia acerca de mi vida, sino de tu historia, estimado lector.

2.

Las columnas estaban perfectamente alineadas; cada unidad tenía su lugar asignado. Al principio, la simetría me causó repulsión, pero pronto me dejé llevar y olvidé mis preocupaciones. Aunque parecía indiferente, muy adentro sabía que algo trascendental estaba sucediendo. Ya no escuchaba los crujidos de las hormigas y no sentía cómo cada grado que el sol ascendía producía una gota de sudor. Mi corazón empezó a latir a un nuevo ritmo gracias a la adrenalina que corría por mi cuerpo. Estaba seguro de que sería la última vez que estaría en esa situación.

(9)

3.

No faltaba ni un solo acento, a diferencia de este texto que escribo, producto de un afán angustioso. Cada palabra que encajaba perfectamente me hizo pensar por un momento que el orden podía existir. A pesar de que no tenía muchas apostillas, era evidente que una vez lo leíste y sabes que existe. No evitaste contradecir a un escritor que intentaba arduamente describir tu vida, pero olvidaba aquello que, según tú, formaba tu yo auténtico.

Te conozco hace bastante tiempo ya, y aunque año tras año hablamos cada vez menos, debo contarte lo que leí y me atreví a escribirte en esta bitácora que cargaba conmigo. Me acuerdo de esas noches en que no se pronunciaba ni una palabra porque pensábamos que no eran necesarias. Te veía como una persona simple, superficial, y egocéntrica. Nunca pensé que podrías hacer las mismas preguntas que se me ocurrían. Siempre estabas pensando en ti y sólo me hablabas para aclarar tus pensamientos. Pero nunca me escuchaste. Y yo tampoco, porque estaba muy ocupado ingeniándome una forma de hablar de otras cosas.

 

4.

 Cuando empecé a leer el libro, me dio la impresión de dialogar contigo, hasta que llegué al punto en que el autor estaba intentando definir quién eras. Vi claramente a ese adolescente sin un rumbo fijo. Te parecías a un girasol que todos los días hacía lo mismo pensando que era original. Te cansaste. Oliste cómo todo se llenaba de ácido mientras tú querías salir, sin importar que te quemaras. Decidiste ser rebelde y aún creo que no has cambiado en eso. Fue así que, sin darte cuenta, te convertiste en la persona que los demás querían que fueras. Terminaste pensando diferente a los demás, por llevar la contraria, pero llegó el punto en que no había vuelta atrás. Tú, siempre tan pesimista, esperabas siempre lo peor, sólo para no defraudarte a ti mismo. Deseabas arduamente encontrar a otros como tú. Pero no fue fácil. Siempre que pensabas que lo lograbas, algo pasaba y volvías al mismo punto.

 

5.

Nunca me dijiste que estuvieras tan preocupado por la muerte. Pensé que esas idioteces estaban reservadas para unos pocos desafortunados. Fue otra motivación para seguir leyendo, saber que en alguna parte había alguien que me entendía, no importaba que fueras tú.

6. 

Aún no entiendes que te vas a morir y lo quieres negar hasta el último momento. Por la mañana crees que inventaste la vida eterna, después en las onces te quejas de cómo fuiste tan ingenuo, pero no es hasta que te acuerdas que va a caer el sol y te tiras de rodilla a las piedras. Te indigna saber que el mundo está indiferente ante tu muerte, y tú eres el único que piensas en eso. Un día como hoy, te preguntaste si existía un Dios y si ibas a morir, y saliste corriendo intentando escapar. Pero ya sabes que no hay escapatoria.

Realmente no sabías qué estabas haciendo cuando te echaste al lomo un fusil supuestamente porque ibas a morir por tus ideales. Tu madre debe estar en tu casa aún intentando explicarse cómo se te ocurrió esta idea descabellada, y preguntándose por qué perdió a su único hijo.

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7.

  Decidiste irte muy lejos, a un lugar que no conocías. Desde entonces no he vuelto a saber de ti. Hay unos estruendos ensordecedores, pero no tengo idea de lo que está pasando. Acabo de cortarme el dedo índice: no creo que pueda escribir por mucho tiempo más. No odio los espejos, solamente los que están rotos y cortan. Hay muchos vidrios en el suelo que reflejan la luz del día. Oí un disparo y caí al suelo.

***

8. 

Ya era hora de terminar con la lucha diplomática: la Primer Ministro británica Margaret Thatcher ordenó a los soldados reinvadir el archipiélago de las Islas Malvinas. Antes de que llegara el sol del 25 de abril de 1982 a todo su apogeo, decenas de botes anclaron en la costa luego de haber librado una corta batalla naval. Las tropas se lanzaron como hormigas que acuden a tierra para no ahogarse en un vaso de agua enriquecido con trozos de tierra. Me sentía orgulloso de pertenecer al ejército. Había logrado encontrar un lugar donde las personas pensaran igual que yo. Mientras bajaba a tierra, podía oír los tambores de guerra.

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9. 

 

Pero no todos caminaban con el mismo ahínco que yo. No muy lejos de mí, divisé a un joven imberbe que estaba en mi batallón desde hace muy poco. Podía ver su cara de terror. Escuché mis botas militares mezclándose con el lodo malvino y mi boca se moldeó para decir:

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10.

 

Hasta hoy, no sé si las palabras le sirvieron de algo. La invasión siguió como estaba planeada, y no tuvimos que esforzarnos mucho.

En el regimiento, todos estábamos llenos de orgullo porque no hubo bajas en el grupo. Ahora buscábamos a tres soldados argentinos que estaban empeñados en organizar al ejército para recuperar el control de su isla. Una centella de luz que se coló entre los árboles nos cegó por un momento; el muchacho, nervioso, no se controló y disparó.

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11.

Sé que se siente culpable. No toleró cuando le di la noticia de que había matado a un civil inocente. No era como los demás, que asesinaban y seguían su paso indiferente. No le importa que la guerra se hubiera acabado y que ganáramos. Intentaba consolarse con el libro marrón que encontró al lado del cadáver inerte de un joven con un caleidoscopio. La última vez que lo vi aún cargaba un fusil. Pero esta vez no estaba cargado con balas sino de palabras que llenaban su propia bitácora marrón.

 

  FIN